Sonore


Alguna vez leí en algún lado “Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”. Esto es así porque nadie podría estar en compañía de alguien más de cinco minutos y no decir lo que piensa. Y porque una cosa es hablar, y otra muy diferente es decir algo, comunicarse.
A mí, hace mucho tiempo ya, me robaron la voz. Pero no puedo resignarme a vivir en el silencio. El deseo de decir, por puro placer, se superpone al sentido común. Y hablamos, sí, y mucho, poco, o hasta por los codos… pero no decimos nada.
Contamos cuentos, experiencias, secretos ajenos, algún comentario sobre algún tema en particular, pero adentro no pensamos eso.
La boca se mueve, los sonidos salen. Pero por dentro se grita intentando decir “te quiero”, “te extraño”, “no te vayas… no todavía”.
Que alguien llore las lágrimas que yo no puedo derramar, que venga alguien y me abrace fuerte, fuerte, evitando que me rompa en pedazos.
No quiero saberme silenciador o silenciada, no quiero recurrir al disfraz: no esta vez.
En la quietud, en la ausencia de sonidos, se puede escuchar lo que el alma tiene para decir.


En el silencio pueden pasar muchas cosas, verse muchos colores, probarse distintos sabores.
Sólo falta que alguien los descubra alguna vez.

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