Eternamente

Esa noche se quedó mirando el infinito, mientras las volutas de humo se disolvían al entrar en contacto con el viento. Se sentía completamente perdida, nunca le había pasado esto, bueno, sí, pero lo tenía tan reprimido que no se acordaba. 
Y mientras se caían las estrellas para un solo lado, se dio cuenta de que no era lo mismo que otras veces. Sentía compasión, y mucho cariño, pero un cariño fraternal, de amistad, familiar, pero era tan grande que la confundía y la angustiaba. 
De repente se sintió pequeña, insignificante, de repente todas sus crisis, enfermedades, peleas, desgracias de su vida le entraban en la palma de la mano. No sabía si sentirse feliz o triste por esto, porque había hecho una comparación: porque él le había demostrado que había cosas peores,  porque él le había demostrado que había que seguir adelante y tener una sonrisa inmensa en la cara todo el tiempo, porque él hacía todo esto pero no se daba cuenta. 
¡Cuánto humo salió de su boca esa noche! 
Hubiera dado su vida por un abrazo. Sólo eso.
Él le había dicho que tenía que aprender a vivir con eso. Ella sin darse cuenta ya estaba aprendiendo, el pasado le había enseñado que al querer a alguien a veces se tiene que dar un paso al costado, y celebrar sus alegrías de lejos, viendo crecer la luz dentro de la oscuridad, sabiendo que nunca iba a ser partícipe de esa luz, pero que al menos podría admirarla desde lejos y unirse al festejo colectivo de cuando alguien logra ser feliz y deja de estar solo. 
"Quizás", pensó, "quizás a veces uno quiere mucho a alguien, pero no tiene que formar parte de su vida en ningún sentido. Quizás me equivoqué de tren."
Había logrado su meta mayor, eso que esperaba tanto; no, no era un abrazo, era mucho mejor, era un lazo, un lazo de amistad o de principio de eso.
Mientras el azul se hacía violeta, ella hizo un recuento de sus amores. Todos tenían algo en común, eran parecidos en mente, o en problemas, o en ser parecidos a ella. Y mientras recordaba se dio cuenta de que ya no sentía absolutamente nada por ellos, de que tenía miedo de amar, porque ellos la habían marcado, le enseñaron que hasta las mejores personas tienen mucha maldad adentro.
No cayeron lágrimas de su rostro, pero tampoco sonrió.
No. Definitivamente no estaba enamorada.

Cuando un amigo se va. ♪

Tres días después de la muerte de Sebastián, soñé con él. Estábamos reunidos con nuestros amigos, o quizá no; era de noche o de madrugada. 
Sólo recuerdo que yo pensaba que había vuelto en el tiempo, y que desesperada intentaba avisarle, prevenirlo, rogarle que no se fuera. 
Entonces tomé su mano, para que no me deje todavía, para despedirme, para demostrarle que estaba con él. Sebastián, más joven que nunca, con su cara nueva y sana, me miró a los ojos. Tenía mucho miedo de su propio destino, ya sabía lo que le iba a pasar.
En ningún momento nos hablamos. Yo sólo sollozaba.

Preguntas (no tan) existenciales


“Nació en 1780, en el Villanueva. En 1900 participó en el combate entre Verdes y Violetas, siendo gravemente herido en el proceso.”
Y mucho bla bla bla. Son los grandes próceres de donde sea, los científicos y gobernadores, toda esa gente política o científicamente correcta y famosa, que la humanidad tiene que estudiar en las escuelas, en sus carreras, en Historia, o en donde sea.
Y si toman examen del tema preguntan algo como “¿A qué partido político pertenecía, a quién apoyaba en 1836?”. Información sobre ésa hay en todos lados.
Aunque jamás a alguien se le ocurrió preguntar, sobre San Martín o Belgrano (por ejemplo), cuál era su color favorito, con quién fue su primer beso, qué sentían al escuchar el sonido del viento entre los árboles.
Quizá sobre los escritores se sepa que disfrutan a pleno los domingos en familia y los cafés en invierno, pero nadie sabe qué sintieron la primera vez que les regalaron ése juguete especial en Navidad, cómo se sintieron cuando hicieron algo indebido, si alguna vez rompieron las reglas.
En ningún libro, ni siquiera los poco serios, se dice si los personajes conocidos por el mundo entero lastimaron a su amor alguna vez, si después se sintieron culpables. Jamás sabremos si se peleaban con los hermanos, si fumaban a escondidas o soñaban con la evolución humana.
Jamás supimos. Jamás sabremos.
Ellos cambiaron al mundo, posiblemente también cambiaron un corazón… Pero eso ya se pierde en el tiempo.

Fata


Fata no es un hada, como dirían los italianos; existe, y es uno de los más tiernos recuerdos de mi infancia.
Hace años, añares, que nuestras madres se juntaban después de la escuela, iban a los mismos lugares que nosotras, y eran amigas de los padres de nuestros amigos. Algún día de sus vidas, habrán jurado que serían como hermanas para siempre. Algunas décadas más tarde, nacimos nosotras.
Mi memoria está colmada de Fata. Viajar adonde ella vivía era considerado un premio y una muy importante distinción, porque con ella se vivían aventuras a lo mejor comunes e infantiles, pero que tomaban todo un significado por ser con ella.
Con Fata nadábamos y nos reíamos, comíamos una bolsa entera de mandarinas nosotras solas, 20 chocolates una tarde de invierno y casi lloramos viendo fuegos artificiales, una vez.
Y mientras yo crecía a veces llorando, a veces riendo, ella se elevaba como una planta mágica, y crecía toda ella y su alma y sus ideas.
Ahora Fata es un completo gigante, un monstruo y una princesa. Ella ve al mundo sin darle mucha importancia y lo patea lejos o lo pasa por encima cuando se aburre. Tiene encanto, puede ser una nena y después toda una adulta y luego comportarse como si nada, porque ningún estilo la define, porque es una mezcla de ideologías y pensamientos que devora a los seres humanos transformándolos, haciendo que esas ganas de ser, reprimidas por el comportamiento colectivo, salgan a la luz.
Pero a veces Fata se olvida, se olvida de que es Fata. Entonces cae, y se deja guiar, sin rumbo, por gente con máscaras. A veces se enfurece, y todo el mundo se entera, todos giran la cabeza para mirar a ese pobre diablo que intentó arruinarle la vida aunque sea un poquito, y se ríen, humillándolo aún más. 
Fata no debe caerse, nadie debe dejar jamás que se caiga, porque luego se levanta. Y al levantarse de esa caída crece cinco metros más, tiene más fuego en sus ojos, más decisión y más determinación por vivir la vida y pasar por encima a todos los idiotas que siempre estuvieron y siempre estarán.
Fata es hermosa y dulce. Fata dibuja y tiene opiniones fuertes y maduras. 
Fata es mi prima. A veces perdemos contacto, ella rueda por su lado del mundo y yo por el mío, pero como acá ninguna línea es totalmente derecha y recta, cada tanto nos volvemos a cruzar. 
Quizá ya no podamos conquistar el mundo con cáscaras de mandarina y golosinas. Pero podemos conquistar nuestros propios corazones.

Juana


(Fragmento de Verde Manzana)

Juana es una rebelde, una revolucionaria. Juana no va a llegar a ningún lado, porque ella escucha rock nacional y lee libros importantes, de autores famosos, y no una revista cuyo ochenta por ciento está repleto de publicidades.
Juana grita y ríe cuando está feliz, y llora cuando alguna situación la sobrepasa. Es tan alta que se la puede llevar en el bolsillo, y tan pequeñita que tapa el Sol.
Tiene manitos chiquitas y blancas, y cuando las mueve atrae la atención de todos los presentes. Tiene ojos grandes y vidriosos, de pupilas de caramelo, que reflejan el fuego y los rostros de todos los que ama.
Juana habla conmigo por teléfono y en sueños. Y así, cuando la escucho, todos esos malditos kilómetros que nos separan desaparecen, y volvemos a estar frente a frente, codo con codo, corazón con corazón.
A veces es artista, cuando llama la atención de los seres humanos, convirtiendo a todos en espectadores; a veces es ciega, cuando en las tantas pisadas del mundo se deja convencer por la gente externa y no se da cuenta de todo lo que vale. A veces es amiga, cuando escucha y abraza, incondicional, y a veces es Juana, con tantos comportamientos, sentimientos, emociones, secretos y bailes que es completamente imposible describirla.
Juana habla de la persona que ama y su voz se dulcifica, sus ojos se hacen más grandes todavía y se acurruca como una niña, a la hora de hablar de su cuento preferido.
A veces pienso que Juana es mi hermana. A veces ella también lo piensa. Nacimos de dos mujeres completamente distintas entre ellas, somos hijas de dos hombres que quizá jamás tengan algo en común, y nos criamos en dos mundos paralelos pero alejados, separados por un río y un montón de ideas. Pero sé que en su interior late un corazón tan rápido como el mío, sé que su sangre es tan roja como la mía, sé que tiene un pequeño pedacito de mi alma en su interior, del mismo modo que yo tengo un trocito de la suya en mí.
Suelo pensar que Juana no existe, suelo creer que es tan perfecta que a lo mejor es un producto de mi imaginación. Es sólo cuando leo sus cartas, miro nuestras fotos y escucho su voz, aunque sea por un tubo, que me convenzo, de que hay una Juana en cada ciudad, en cada persona, en cada corazón. Hay una Juana en cada estrella que haya creado la Galaxia.
Hay una Juana rebelde, gritona, aniñada, adulta, artista, amiga, hermana, delicada y perfecta, en mi corazón. Y deseo, muy profundamente, que jamás salga de ahí.

Narrando un amor


(Fragmento de mi libro Verde Manzana)

Uno puede escribir cualquier cosa, siempre y cuando sea interesante de leer. Siempre y cuando sea rico en detalles y agradable para el cerebro. Podría, por ejemplo, decir: “Ahí estaba mi príncipe. Él, cuya piel dura reflejaba el Sol del ocaso, inundándose de calor y luz. Él,  con sus ojos de ángel que intentaban abarcar todo el cielo y el océano, esos ojos fríos que contaban miles de historias y secretos, que reían a carcajadas, enviando un mensaje que sólo yo podría descifrar. Él, su vida, y la pasión de su marcado corazón por latir.”


Podría cambiar de punto de vista: “El Sol lo abrazaba tan naturalmente que me hizo pensar que eran amigos desde hace mucho tiempo. Sin embargo, su forma de caminar, de desenvolverse en ese lugar, dio a entender que quizá no quería llamar la atención, que quizá quiera desaparecer. Quizá algún dolor reciente en su vida fuera la razón por la que su alma se ausentaba a veces de sus ojos. Quizá, y justamente por eso, cuando volvía daba todo, todo, por vivir cada segundo que podía feliz.”


Si se me ocurriera empezar por el final y terminar por el comienzo, y utilizar alguna analogía, sería algo como esto: “Es una tarde con viento de tormenta y una noche de Luna llena. Escondiéndose de su propia sombra, tiene miles de estrellas a pesar de las tinieblas, y no puedo evitar recordar cuando era un día de Sol radiante. Cuando nada ni nadie podía apagar esa luz que caía, indiferente, inundando de claridad todo a su alrededor. Hace tanto, que termino creyéndome que es sólo un recuerdo de alguna vida pasada.”


O puedo ser yo, y haciendo gala de mis pocas dotes literarias decir: “Fue todo para mí, unos pocos segundos, que quizá fueron minutos, o quizá fueron años. Estaba triste, ya no es el de antes, pero tampoco yo soy la de antes. Fui feliz desde el momento en que lo vi. Nuestras miradas y abrazos se cruzaron, y de repente, él, yo, el viento, el Sol, las estrellas, todo se mezcló formando una extraña pasión: la de un perfecto amor.”

Sonore


Alguna vez leí en algún lado “Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra”. Esto es así porque nadie podría estar en compañía de alguien más de cinco minutos y no decir lo que piensa. Y porque una cosa es hablar, y otra muy diferente es decir algo, comunicarse.
A mí, hace mucho tiempo ya, me robaron la voz. Pero no puedo resignarme a vivir en el silencio. El deseo de decir, por puro placer, se superpone al sentido común. Y hablamos, sí, y mucho, poco, o hasta por los codos… pero no decimos nada.
Contamos cuentos, experiencias, secretos ajenos, algún comentario sobre algún tema en particular, pero adentro no pensamos eso.
La boca se mueve, los sonidos salen. Pero por dentro se grita intentando decir “te quiero”, “te extraño”, “no te vayas… no todavía”.
Que alguien llore las lágrimas que yo no puedo derramar, que venga alguien y me abrace fuerte, fuerte, evitando que me rompa en pedazos.
No quiero saberme silenciador o silenciada, no quiero recurrir al disfraz: no esta vez.
En la quietud, en la ausencia de sonidos, se puede escuchar lo que el alma tiene para decir.


En el silencio pueden pasar muchas cosas, verse muchos colores, probarse distintos sabores.
Sólo falta que alguien los descubra alguna vez.

Invitación al recuerdo


¿Qué dicen esos ojos oscuros? Tienen reproche en su interior, por el futuro próximo, que ya no es futuro sino presente.
Todo está preparado. Los muebles vacíos, todo en cajas, la casa solitaria.
Este lugar, construido hace muchos, muchos años, está lleno de recuerdos. Está lleno de fotos en blanco y negro, de olor a antiguo, de muebles pasados de moda….
Con sólo pensar en la gente que pasó por acá, junto con algunas fechas importantes, uno se pone nostálgico.
Esta casa que antes estaba llena de vida fue vaciándose de a poco. Y sólo quedaron un par de almas tristes deambulando y un piano abandonado, juntando polvo. Terminó siendo triste volver. De a poco todos fuimos armando nuestra vida y dejando de lado a este lugar, nuestro lugar. En el techo blanco se arremolinan imágenes inconexas de historias pasadas, de nuestra infancia, de cuando soñábamos un futuro muy distinto a éste.
Pero ya está. Dentro de muy poco la casa se va a vaciar. Adiós a nuestros paseos a ese lugar, donde siempre era una aventura.
Aunque, si uno lo piensa bien, no es tan importante como parece.

Alguna vez comprobé que no hay que volver a esos lugares que uno dejó. Porque jamás estará como la última vez que los vimos, ni tendrán el mismo tamaño y la magnitud que el pasado hace que se vean mágicos y gigantes.

Ausente de cuerpo

(Fragmento de Verde Manzana)


Es en ese corto momento antes de dormirnos, cuando nos acostamos y los párpados empiezan a pesarnos, cuando veo pasar toda mi vida y genero interrogantes que no siempre tienen respuesta. También repaso las cosas a hacer el día siguiente, o me imagino historias, que no siempre puedo volcar al papel por mi falta de coherencia. Pero hoy es distinto. No pienso en todas esas cosas, sino en cómo cambió mi vida. Me veo al espejo y siento que no soy yo. ¡Esa no es mi cara! ¡Esa no es mi mirada! ¡Yo soy una persona totalmente distinta a ese reflejo que no es real!
A veces siento que puedo decir cualquier cosa con total libertad, porque éste cuerpo no es mío, ésta no es mi voz. ¿Qué importan mis comentarios u opiniones si estoy temporalmente acá? Siento que no importa nada, porque después mi mente y mi alma se van a ir adonde pertenecen en verdad. ¿Dónde es ese lugar? Nadie lo sabe. Mis piernas se mueven, pero no soy yo la que está caminando. Y sin embargo avanzo, y antes de darme cuenta el tiempo transcurre, y más puertas se abren, y yo las traspaso. ¿Será que me quedé tan estancada, tan congelada por los cambios abruptos que lo que siento es en realidad que me están empujando?
No entiendo nada de la existencia. ¿Qué pasa cuando morimos? ¿Todo se queda oscuro, volvemos a vivir la misma vida una y otra vez? ¿O renacemos en alguien más? ¿Cómo se formó el Universo? ¿Cómo es Dios? ¿Qué es Dios? ¿Cuál es la razón de los seres humanos en este mundo? Son tantas las dudas, y tan grandes para una sola persona. Son tantas las cosas a cumplir, y tan poco el tiempo. Es tanto el amor, el odio, la tristeza, la alegría, que la euforia es imposible de calmar y la depresión nos dura siglos, y nunca se cura del todo.

Tengo mil caras, y no pertenezco a ninguna. Tengo mil cuerpos, y no me siento yo en ninguno. Tengo mil almas, y no puedo abrazar ninguna…



Mosqueteras

(Fragmento de mi libro Verde Manzana)


Juguemos a que las tres Mosqueteras eran dos y sus amores cinco.
Juguemos a vivir el Hoy eternamente en nuestro país del Nunca Jamás, y que no exista el Mañana.
Inventemos alguna extraña máquina que nos lleve a la Luna, lejos de la hipocresía, el egoísmo, el engaño y el odio.
Abracémonos fuerte, muy fuerte, y juguemos a que ese abrazo nos va a durar por once meses, los once meses restantes de nuestras vidas, hasta esa próxima vez donde nos reencontremos, nos perdamos en los ojos del otro, escuchemos nuestras voces y sintamos nuestros perfumes. 
Juguemos a que estamos cerca; tan cerca, que no podamos desperezarnos por miedo a empujarnos.
Juguemos con Fuego y guiémonos por la luz de las estrellas, sin la venda en los ojos que nos impide ver más allá del Horizonte. 
Aprendamos a crecer sin dolor, sin peleas y sin llanto.
La madurez es cosa del pasado.
Juguemos a que el Amor existe, juguemos a romper las barreras.
Nosotros, los de antes, ya no somos los mismos.
Juguemos a que las tres Mosqueteras eran dos y sus amores cinco.
Juguemos a buscar, y encontrar, nuestro final feliz…

Campamento/2

(Fragmento de mi libro Verde Manzana)


Día Gris. La Naturaleza lloraba en mi ventana, pero mis ojos estaban secos. No la acompañaría. Por más tristeza que tuviera en mi interior, por una vez mis ojos no lloverían.
Me había olvidado de querer. Ya no sabía sentir y mucho menos extrañar. La humanidad me pasaba por delante de los ojos, y yo lo detestaba. Odiaba todo y a todos, la vida, el aire, la gente.
Un día me arranqué del Mundo y me fui lejos… con ellos.
Fueron ellos los que me dieron felicidad, ellos los que me tentaron de risa, ellos los que iluminaron mis ojos.
Vivimos juntos un tiempo, y a la hora de partir nadie podía calmar mis lágrimas. Todo el hielo interno se derritió luego de tantas tardes al Sol.
Los amaba, los necesitaba. Los extrañaría.
Lloraba y sonreía y los veía y los escuchaba.
Ojos, guarden estas caras en mi recuerdo, para tenerlas siempre que las extrañe.
Oídos, conserven fresco el ruido de sus risas y sus voces.
Cuerpo, mantén sus abrazos en el recuerdo de mi alma, para sentirlos en los mejores y peores momentos.
Volví a sentir.
Volví a querer.
Volví a amar.
Es hora de que te marches, Lluvia, y le dejes el Cielo al Sol.

El Fuego bailaba al ritmo de la Música. El Frío no existía. Déjennos, déjennos quedarnos así eternamente. Déjenme tenerlos en mi alma…


Analogía/2

(Fragmento de mi libro Verde Manzana)

Me miro y no me reconozco. Esos ojos ya no tienen el brillo de hace unos años. Ese pequeño lugar en mi alma, donde guardaba todos mis sueños y esperanzas, ha desaparecido. Hace mucho tiempo, yo era otra. Mis sueños estaban totalmente nuevos e, inocentes, esperaban un destino que jamás habría de cumplirse. 
Jamás voy a olvidar esas mañanas de Sol, esas risas estridentes, esos aromas y canciones que van a estar por siempre en mi corazón. Aunque pese llevarlas.
Cuando niña, el Sol brillaba y despertaba a la mañana. Y era él el que me acompañaba hasta en el más duro invierno. Después, fue quemando un poco más, y comenzé a vivir en un mediodía demasiado alegre.
El inicio de la secundaria formó mi siesta; y me acompañaron personas a las que, si bien ya no están en mi vida, les debo todo lo que soy. 
De a poco, las conversaciones se volvieron más serias, los pensamientos se fueron enturbiando, las miradas se hicieron feroces. Al mismo tiempo, los nuevos amigos y los nuevos lugares tenían toda la tranquilidad posible. Adquirí un poder, uno que me rehúso a usar.
Me solté a la tarde. Hoy, vivo mi eclipse. Ese mundo tan extraño que me llenó tanto de dudas parece, por ahora, ir por buen camino.
Estoy a punto de tener todo eso por lo que siempre luché. Y estoy a punto de rechazarlo.
Porque en la complejidad de los cambios me olvidé de mi alma profunda y me mezclé con la superficialidad de la gente. Tengo una meta, puedo seguirla, pero ya no tengo adónde correr y esconderme. 
Se me viene encima el anochecer. Esa juventud estrellada con sabor a música y a cultura.
El camino se está haciendo solo. Son nuestras pequeñas decisiones las que lo afectan. Hasta el renacer de un nuevo día, el que vendrá con las próximas generaciones, estamos en un juego. Que no se terminará a menos que se sepa pisar fuerte.

Cuando cierre los ojos para siempre, quiero hacerlo feliz…

Analogía/1

(Fragmento de mi libro Verde Manzana)


Cuando era pequeña y me llevaban a pasear a los parques con mis hermanos, nos pasábamos como mínimo dos horas imaginando cómo serían nuestras casas sobre los árboles, la base desde donde partía cualquier juego que nos propusiéramos. 
Sentados en el suelo, imaginábamos hasta el más mínimo detalle de las chozas sobre los árboles que cada uno elegía, le dábamos vida. Poníamos atención en los elementos que caracterizaban cada hogar, las formas, los colores, los objetos…
Y después de tanta discusión, organización y planificación, la tarde llegaba a su fin. Era entonces cuando nos cansábamos de ese juego que al final nunca jugamos y nos íbamos a las hamacas.
Con cuánta emoción se planea el futuro, se espera, se gana, se decide y se discute, y cuando llega el momento en que se haga realidad, cuando realmente comienza el juego, tomamos otro rumbo, quizás más común y corriente del que ya teníamos planeado, uno donde no sea necesaria la imaginación, la paciencia ni el amor.
Todavía puedo escuchar a Marina decir con su infantil y estridente voz: “ya me aburrí, juguemos a otra cosa”.
Y es que a veces nuestros sueños y esperanzas se pinchan, con cosas más profundas y quizá más tristes que el aburrimiento. Entonces se pierde el rumbo y no sabemos qué hacer.


Cuando nos perdemos, en esta vida, ¿quién es el encargado de mostrarnos el camino a casa?

Muchos deberían saber..

...que es de mala educación decir "te quiero" con la boca llena...








de mentiras.