Narrando un amor


(Fragmento de mi libro Verde Manzana)

Uno puede escribir cualquier cosa, siempre y cuando sea interesante de leer. Siempre y cuando sea rico en detalles y agradable para el cerebro. Podría, por ejemplo, decir: “Ahí estaba mi príncipe. Él, cuya piel dura reflejaba el Sol del ocaso, inundándose de calor y luz. Él,  con sus ojos de ángel que intentaban abarcar todo el cielo y el océano, esos ojos fríos que contaban miles de historias y secretos, que reían a carcajadas, enviando un mensaje que sólo yo podría descifrar. Él, su vida, y la pasión de su marcado corazón por latir.”


Podría cambiar de punto de vista: “El Sol lo abrazaba tan naturalmente que me hizo pensar que eran amigos desde hace mucho tiempo. Sin embargo, su forma de caminar, de desenvolverse en ese lugar, dio a entender que quizá no quería llamar la atención, que quizá quiera desaparecer. Quizá algún dolor reciente en su vida fuera la razón por la que su alma se ausentaba a veces de sus ojos. Quizá, y justamente por eso, cuando volvía daba todo, todo, por vivir cada segundo que podía feliz.”


Si se me ocurriera empezar por el final y terminar por el comienzo, y utilizar alguna analogía, sería algo como esto: “Es una tarde con viento de tormenta y una noche de Luna llena. Escondiéndose de su propia sombra, tiene miles de estrellas a pesar de las tinieblas, y no puedo evitar recordar cuando era un día de Sol radiante. Cuando nada ni nadie podía apagar esa luz que caía, indiferente, inundando de claridad todo a su alrededor. Hace tanto, que termino creyéndome que es sólo un recuerdo de alguna vida pasada.”


O puedo ser yo, y haciendo gala de mis pocas dotes literarias decir: “Fue todo para mí, unos pocos segundos, que quizá fueron minutos, o quizá fueron años. Estaba triste, ya no es el de antes, pero tampoco yo soy la de antes. Fui feliz desde el momento en que lo vi. Nuestras miradas y abrazos se cruzaron, y de repente, él, yo, el viento, el Sol, las estrellas, todo se mezcló formando una extraña pasión: la de un perfecto amor.”

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