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Siento que el mundo se desvanece, o se rompe. Siento que me desvanezco, o me rompo. 
Estás ahí, en eso que para mí es lo más importante que pueda existir sobre la Tierra, en mis botes salvavidas. Y yo me pregunto: ¿cómo llegaste hasta ahí? 
Siento que olés a tinta, y estás en cada historia que devoro. Paso las páginas esperando que no te vayas, y descubro que si te leo atentamente te quedarás ahí para siempre. 
Los libros respiran. Susurran sus historias.
Errado está quien deja que te cubras de polvo, de telas de araña. Pero no saben que estás ahí, porque sos invisible. Oculto entre las sombras, hay que amar cada letra del alfabeto y revivir cada secreto que se oculta entre líneas para encontrarte.
Sos algo que va y viene como las olas del mar. Vuelvo al lugar donde te descubrí y me doy cuenta de que ya no estás. Igual que cuando tu humor se oscurece invocás una tormenta torrencial, así vas mudando de cuerpo, cuerpo de papel, según cómo te sientas al día de hoy, y hay que saber de entre todos los libros del mundo en cuál vas a refugiarte esta vez. Si crecés, también mudás de género literario. Y así me voy enterando de todo lo que acontece en tu vida: en hojas impresas ayer o hace cincuenta años. 
Ya sé dónde estás y cómo estás. Ya sé qué sentís, y qué soñás. 
No importa lo que pase, vos siempre me encontrás. Y te trasladás hasta mi mundo de papel y tinta, para contarme de vos.

Y, si alguna vez, quisieras saber de mí, basta con buscarme en el mismo lugar. Ahí estuve y ahí estaré siempre, sumergida en un mundo en el que podés hundirte siempre que quieras, más real que la tierra bajo tus pies, y sin riesgo de salir lastimado.

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