Estás
mirando el atardecer. En tu mano, un mensaje, simple, que se repite
constantemente en tu mente. Y nadie sabe lo que yo sé. Que esa simple oración
es motivo de tus desvelos, que esa pregunta ronda por tu mente y causa que
estés tardes enteras con la mente en blanco.
Ésa es la
clave: la mente en blanco, no pensar. Y aunque te rías, aunque bailes, aunque
estés con tus amigos discutiendo algo muy filosóficamente, igual queda un
espacio en tu mente que no piensa, un espacio vacío, que se llena cuando vuelve
a vos esa pregunta y entonces ronda por esa parte en blanco y la repetís
internamente y no te deja dormir.
Sabés que el
olvido no existe. Que la mente es traicionera y aunque pienses que enterraste
algo o a alguien, siempre vuelve a la superficie. No, no existe el olvido.
Simplemente existe la importancia que se le da a las cosas.
Y es eso lo
que te lastima, saber que ya no sos importante, que la vida sigue pasando y
aunque te levantes cada mañana y salgas al mundo, aunque sepas que ya no
querés, ni amás, que a lo mejor nunca lo hiciste, duele pensar que alguien más
está ahí, cerca o quizá lejos, y que ya no te piensa, ni te siente, ni te añora.
No, el mensaje es verdadero. Pero parece que no.
Estás
mirando el atardecer. El cigarrillo se consume solo, vos no le prestás
atención, ni a eso ni a nada. Tu mente vuelve a ser un papel en blanco, sin
márgenes, ni fecha, ni tiempo, ni nada.
Sólo añorás
algo que nunca llegaste a conocer del todo.
“¿Cómo me voy a olvidar de vos?”
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